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En el corazón de Los Ángeles, junto a la histórica Placita Olvera, una estatua recuerda al jienense Felipe de Neve (1724-1784), un nombre esencial en la historia de California. Gobernador de las Californias entre 1775 y 1782, De Neve enfrentó el desafío de transformar tierras prácticamente deshabitadas en asentamientos viables.

El 4 de septiembre de 1781, fundó El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río Porciúncula, núcleo de la actual Los Ángeles. Este proyecto, trazado bajo las Leyes de Indias, reunió a 44 personas de orígenes diversos, entre españoles, mestizos, mulatos e indígenas. Con recursos limitados y un pequeño ejército, De Neve logró garantizar la seguridad y el desarrollo inicial del asentamiento, construyendo canales y fomentando la convivencia intercultural.

Aunque olvidado en su España natal, De Neve también dejó huella en San José, el primer pueblo español de Alta California. Su legado perdura en nombres de calles y plazas en Estados Unidos, símbolo de su esfuerzo por consolidar la presencia hispana en la costa oeste. Su vida, marcada por la entrega a la Corona, le impidió regresar a su tierra, pero aseguró su lugar en la historia como artífice de una ciudad clave para la Hispanidad.