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Frida Kahlo es una de las pintoras mexicanas más reconocidas en el mundo, gracias a sus autorretratos surrealistas, en los que proyectó sus dificultades por sobrevivir. También es considerada como un icono pop de la cultura de México.

Pablo Picasso, por su parte, pintor y escultor español, es considerado el creador del cubismo y uno de los artistas más influyentes del siglo XX. Su importancia se ve en la multitud de museos que coleccionan sus obras.

Ambos artistas, contemporáneos, llegaron a París para una exposición organizada por André Breton, en la que se juntaron un grupo de intelectuales y artistas. Desde este momento, junto con el marido de Kahlo, Diego Rivera, otro artista de reconocido prestigio, comenzó a fraguarse una amistad entre los tres que duró a lo largo de los años.

Picasso, así, impresionado por el arte de Frida, llegó a enviarle, dentro de la multitud de correspondencia, un par de aretes con forma de mano. Pendientes reconocidos por todo el mundo del arte por el constante uso que Frida hacía de ellos en sus autorretratos, convirtiéndose en un símbolo de su amistad.

De hecho, en una carta a Rivera, Picasso expresó su admiración por la singularidad de Frida:

«Te la recomiendo, no como esposo sino como entusiasta admirador de su trabajo, ácido y tierno, duro como el acero y delicado y fino como un ala de mariposa, adorable como una hermosa sonrisa y profunda y cruel como la amargura de la vida».

El encuentro entre Frida Kahlo y Pablo Picasso también simboliza un puente cultural entre España e Hispanoamérica, dos mundos unidos por una historia compartida pero también por su diversidad artística. A través de su arte, tanto Frida como Picasso reflejaron esa conexión profunda entre los pueblos de habla hispana.